sábado, 18 de julio de 2009

McDonald´s, por Julián Herbert



McDonald´s

Nunca te enamores de 1 kilo
de carne molida.
Nunca te enamores de la mesa puesta,
de las viandas, de los vasos
que ella besaba con boca de insistente
mandarina helada, en polvo:
instantánea.
Nunca te enamores de este
polvo enamorado, la tos
muerta de un nombre (Ana,
Claudia, Tania: no importa,
todo nombre morirá), una llama
que se ahoga. Nunca te enamores
del soneto de otro.
Nunca te enamores de las medias azules,
de las venas azules debajo de la media,
de la carne del muslo, esa
carne tan superficial.
Nunca te enamores de la cocinera.
Pero nunca te enamores, también,
tampoco,
del domingo: futbol, comida rápida,
nada en la mente sino sogas como cunas.
Nunca te enamores de la muerte,
su lujuria de doncella,
su sevicia de perro,
su tacto de comadrona.
Nunca te enamores en hoteles, en
pretérito simple, en papel
membretado, en películas porno,
en ojos fulminantes como tumbas celestes,
en hablas clandestinas, en boleros, en libros
de Denis de Rougemont.
En el speed, en el alcohol,
en la Beatriz,
en el perol:
nunca te enamores de 1 kilo de carne molida.

Nunca.

No.

(Julián Herbert y un perro)

jueves, 9 de julio de 2009

Los hombres también somos víctimas de violencia y abuso sexual (Ensayo hecho por un hombre)

Este ensayo no es de carácter machista, sino todo lo contrario.

Los hombres también somos víctimas de violencia y abuso sexual

(Ensayo hecho por un hombre)

Son abundantes, pero no suficientes, las campañas publicitarias en distintos medios de comunicación para hacer conciencia de la gravedad de la violencia hacia las mujeres por parte de los hombres, así como su prevención y denuncia. El Gobierno, por medio de sus organismos específicos y otras instituciones particulares, invierte grandes cantidades de dinero y horas de trabajo para intentar erradicar -o por lo menos mitigar- la problemática de violencia intrafamiliar (frase que últimamente ha hecho que en el inconsciente social muchos la entiendan como la violencia hacia la mujeres y/o los hijos principalmente por parte del hombre).

Constantemente se lanzan estadísticas escandalosas que intentan mostrarnos la dimensión de este fenómeno sociocultural. Los números suelen ser tan alarmantes que incluso han llevado a formar un organismo apoyado por el Gobierno Federal para tratar los problemas a los que se enfrentan las mujeres: El Instituto de la Mujer. Esta institución hace una labor respetable brindando apoyo psicológico, médico, legal, etc. a las mujeres que lo necesiten. Aplaudo la labor que el Instituto de la Mujer realiza, pues durante décadas enteras (y creo que estoy sesgando demasiado el tiempo) la preocupación por los problemas de las mujeres había sido mínima o se mantenía en el olvido.

Las mujeres, al igual que los hombres, tienen necesidades específicas de atenciones -como la médica y la emocional-. De la misma manera, pero relativamente más reciente, se ha realizado una labor pesada y constante por parte de movimientos femeninos y masculinos para evitar una diferenciación marcada y discriminatoria al comparar a las mujeres y a los hombres. En Ciudad Juárez, Chihuahua (México), varias decenas de estudiantes universitarios (hombres exclusivamente) caminaron por las calles de la ciudad calzando zapatos de tacón femeninos en protesta por la constante violencia que reciben las mujeres en esa entidad. Al mismo tiempo, estos movimientos promueven la equidad de género, en la cual aparentemente desde hace unos años se han visto avances significativos, pero no suficientes. Es por esto que me parece incongruente, e incluso “retrógrada”, la formación de instituciones en las que se atiendan exclusivamente a las mujeres. Las intenciones son muy buenas y su trabajo es loable; sin embargo, estos institutos dejan por lo menos un poco olvidados los propósitos principales de la equidad de género.

Lo dicho anteriormente quizás pueda parecer un poco atrevido para algunas personas, pero en mi experiencia he podido comprobar (por más obvio que sea, aún así es necesario comprobar para hacerse más conciente) que los hombres también tenemos necesidades emocionales e igualmente somos violentados tan intensamente como las mujeres. Quizás los casos de violencia intrafamiliar por parte de las mujeres, la violencia de la novia hacia el novio o el maltrato hacia los esposos por parte de sus esposas sean menores que los perpetrados por los hombres hacia las mujeres, pero aún así es un problema existente y que repercute directa o indirectamente en toda la sociedad. La violencia sigue siendo violencia aún cuando tenga un nombre diferente o se la considere de otro “tipo” o “clase”. Por irónico que parezca, es a la violencia en general a la que hay que atacar, sin importar hacia quien se dirija. He escuchado de casos en los que hombres violentados por sus esposas no saben a quién acudir para obtener ayuda, tomando en cuenta que bajo determinadas construcciones sociales y culturales a un hombre por lo general le es más difícil aceptar que es violentado y decidir recibir ayuda. En muchos casos, las instituciones encargadas de atender sucesos de violencia intrafamiliar no se sienten preparadas para atender casos en los que los hombres son agredidos violentamente por sus esposas. Especialmente sé de un caso en el que a un hombre maltratado por su esposa se le negó la atención en el Instituto de la Mujer por ser una institución en la que se atiende a mujeres (su nombre lo dice ¿no?); sin embargo, a esta persona la pudieron canalizar adecuadamente. Para nada estoy en contra de esta institución, sino que opino que es necesaria la expansión de la misma y su reorganización para atender a todos los géneros por igual. Se debe aprovechar la apertura de los organismos e instituciones que se preocupan por las mujeres para que se complementen y también actúen sobre las problemáticas que a los hombres les puedan afectar.

El abuso sexual hacia los hombres es frecuentemente dejado de lado por las investigaciones. Se suele creer que las consecuencias de que un niño sea forzado a tener prácticas sexuales por una mujer son menores comparándolo con que una niña sea abusada sexualmente por un hombre. Puede que las consecuencias sociales sean menores, pues en las sociedades falocentristas es de esperarse que el hombre penetre a una mujer o tenga juegos sexuales con ellas y se espera que sea el mismo hombre quien deba buscar estas situaciones para demostrar la “hombría” y cumplir con los cánones solicitados por la masculinidad; sin embargo, a veces no se piensa que en realidad las consecuencias psicológicas y, por ende, emocionales, de un abuso sexual a temprana edad hacia un niño pueden ser devastadoras afectando directamente la personalidad de ese individuo, complicando su sentir existencial, su forma de desarrollarse en todas las esferas de la vida, llevándole a sentir un desamparo silencioso muchas veces a lo largo de toda su existencia debido a que “Desde pequeño se le enseña al hombre a no poner atención a sus procesos emocionales supuestamente porque obstaculizan una forma clara de pensar. Le hacen creer que el pensamiento por sí solo es la única forma de entender los hechos. El problema es que entender un hecho es muy diferente de procesar ese hecho” (F. Ramírez, 2000). Tradicionalmente se piensa que un hombre se tiene que construir y que debe prescindir de sus emociones porque éstas lo dejan desprotegido, vulnerable y lo ponen en evidencia frente a las mujeres que esperan un varón sagaz e inflexible, y que por eso mantiene el control sobre sí mismo y lo que está a su alrededor, buscando además una posición de superioridad entre los hombres y mujeres. La consecuencia de esto, dice Ramírez, es que el hombre, al reprimir sus emociones, “… se quita su propia individualidad para ajustarse al parámetro social que le indica cómo mantener esta posición de superioridad.”

La violación hacia los varones también es frecuente en diversas situaciones como en los cuarteles de los ejércitos militares. En esos lugares, los hombres -al estar encuartelados- creen no poder controlar sus impulsos sexuales y violentos, teniendo que someter a otro compañero a sus deseos ganando al mismo tiempo una posición jerárquica importante. La violencia y abuso sexual también se pueden dar por parte de grupos armados en los conflictos bélicos: los soldados que toman posesión de pueblos o ciudades suelen recurrir a conductas violentas y abusan sexualmente de las mujeres, hombres, niños y niñas que pueblan el sitio que han asegurado, trasgrediendo además todos sus derechos. Hasta el momento, a la Organización de las Naciones Unidas y a la OTAN no parecen preocuparles seriamente estos asuntos que ocurren en cada guerra.

Recientemente se dio a conocer que las cárceles en México están excesivamente sobrepobladas. Se han mostrado imágenes de presos que duermen unos sobre otros en pequeñas habitaciones. Las condiciones de hacinamiento son impresionantes y el espacio personal es prácticamente nulo. La violencia entre los reclusos y las violaciones son asuntos de todos los días en esos lugares. Por si no fuera suficiente, en muchos países (entre los cuales México no es la excepción) los propios personales y directivos de las prisiones son los que provocan la violencia y las violaciones. Se narran historias en las que los funcionarios de las cárceles obligan a los presos a mantener relaciones sexuales como una forma de entretenimiento o como castigo impuesto por los soldados o los policías que custodian esos lugares, que además pueden ser también directamente los causantes de la violencia sexual hacia los reclusos como entretenimiento. Además de todo lo anterior, de por sí entre los prisioneros de las cárceles hay una constante competencia de respeto, territorio y jerarquía valiéndose de la violencia (esto se relata bien en la película “Historia americana X”). Ese tipo de sucesos se dan debido a que socialmente, para lograr la construcción de la masculinidad, un hombre desde pequeño “…se aleja de las conductas que son satisfactorias, sensibles, emocionales, cooperativas, expresivas y delicadas. Por otro lado, se identifica con un modelo masculino y adopta las características masculinas de competencia, alejamiento, rudeza, individualismo, egoísmo y dominio” (F. Ramírez, 2000).

Al igual que con las mujeres el hogar, la calle, la escuela y el trabajo son otros lugares o situaciones en los que se presenta violencia sexual en contra de los hombres y también ocurre en lugares en los que se esperaría esto no suceda, como en la instituciones religiosas. El periodista y escritor peruano Jaime Bayly, en su novela “No se lo digas a nadie” (1994), relata que Joaquín -personaje principal de la obra- se va de campamento con el grupo Saeta, de la organización religiosa Opus Dei asentada en Lima, Perú, a la que su propia madre, al igual que las madres y los padres de los púberes que lo acompañan, apoyan económicamente. Durante el campamento, Joaquín se percata que los ministros y numerarios del Opus Dei organizan los acuartelamientos exclusivos para varones bajo pretextos falaces que servían para llevar a cabo sus “mañoserías” con los muchachos por medio de la coacción y con el apoyo silencioso del ministro de la organización religiosa. Los relatos que se dan en esta novela provocaron escándalos en las altas sociedades de la comunidad limeña de Perú (en las que se enfoca el escritor) aún cuando el autor del libro hizo la nota aclaratoria de que las narraciones que lo formaban sólo existían en su imaginación. La aclaración de nada sirvió, pues mucha gente asegura que las líneas que forman el libro son autobiográficas para Jaime Bayly, con lo que se pusieron en juicio social las conductas que los miembros del Opus Dei realizan con los jóvenes. Se estima que alrededor del 20.0% de los adolescentes en Perú han declarado que en alguna ocasión han sido víctimas de alguna agresión sexual (OPS., 2003).

Según el Informe Mundial sobre la violencia y la salud (2003), se estima que en los países desarrollados entre el 5% y el 10% de los hombres han declarado que durante su niñez fueron víctimas de alguna agresión sexual. Debido al menor interés de las investigaciones por enfocarse en la violencia que reciben los hombres y las grandes variaciones estadísticas, no se puede hacer una apreciación más certera de cuán grave es la problemática de la violencia y el abuso sexual hacia los hombres.

La violencia hacia los hombres no debe ser un tema de menor interés y no debe ser desplazado por el tema de la violencia hacia la mujer; los dos casos son igual de importantes. Los hombres, al igual que las mujeres, sufrimos por cumplir las expectativas que la sociedad exige para la formación de los géneros estandarizados por muchos años. Los hombres sufrimos por esa necesidad de ser violentos que se nos enseña y por las consecuencias sociales y emocionales que implica el juego de estar constantemente en disputa o competencia con la masculinidad de otros hombres.

Puede ser poco, pero conforme han ido transcurriendo los años y se han realizado movimientos y compañas a favor de los derechos de las mujeres, los hombres nos hemos hecho más conscientes de que para ellas no es fácil cumplir con los requerimientos y obligaciones que implica ser mujer. Pero aún no he notado los movimientos suficientes o las campañas que intenten hacer consciencia de lo difícil y angustiante que puede ser para un hombre cumplir con los cánones de masculinidad, de los cuales, como individuo, podría prescindir.




Bibliografía:

RAMÍREZ, F. (2000). Violencia masculina en el hogar. México, DF: Ed. Pax México.

OPS. (2003). Informe mundial sobre la violencia y la salud. Washington, D.C.

BAYLY, Jaime. (1994) No se lo digas a nadie. Barcelona, España: Ed. Seix Barral.